¿Sabes que mi sueño más
grande sería volver a ser joven? pero no pienses que esta ilusión absurda tiene
como objetivo divertirme como lo hacía cuando era joven o tener más tiempo ante
la carrera de la vida, ¡no, nada de eso!, la causa de mi sueño eres tú.
Sí, hijo mío, porque
quisiera tener tu edad para poder sentarme a hablar contigo como un amigo, como
esos que tanto aprecias con los que prefieres conversar antes que prestarme
atención a mí, a tu viejo padre, ese que tú dices que no te entiende y con
quien a veces no cruzas más que unas breves frases en el curso de unas semanas.
¡Cuántas veces no he
querido que me preguntes si deseo ir al cine o si quiero acompañarte al fútbol!
Ahora, cuando trato de
revisar en mis recuerdos mis relaciones contigo en los últimos tiempos, pienso
que sí, que quizás he actuado a veces de una forma que no ha sido la más
conveniente para ti.
Pero es que con
frecuencia nos ciega el exceso de amor, ese que nos lleva a agobiar al ser querido
con nuestros cuidados, ese que, en un momento de peligro hace que demos la vida
por la persona que queremos...
Quisiera enseñarte todo
lo que sé, resguardarte de todas las caídas, de todas las heridas que yo he
sufrido porque no podría soportar que la vida fuera cruel con lo que más quiero
en este mundo.¿Cómo quieres entonces
que no te pregunte a qué hora regresas por la noche, o que no me interese por
saber quiénes son tus amigos o que no te aconseje cuando pienso que tienes un problema?,
yo sé, lo veo en tu mirada de fastidio, que "ésas son cosas de
viejo", que prefieres que yo te tome como un ser adulto a quien no hay que
cuidar, como ese hombre que ya quieres ser... pero no puedo contenerme, desde
que he visto que mis cuidados te molestan, trato de controlarme, de verte salir
a la calle como algo indiferente, de imaginarme que ya lo sabes todo.
Y entonces me acuerdo de
mi juventud, de mi adolescencia llena de alegrías, pero también de esos tragos
amargos que yo quisiera que tú nunca tuvieras que probar.
Muchas veces me pregunto
si no soy padre sólo para eso, para estar en tu camino y ayudarte a que no
tropieces con las piedras que se interpusieron delante de mí...
Pero en ese momento,
cuando quiero decirte algo, descubro tus ojos con esa nota de cansancio, con
ese brillo que nunca he querido pensar que es de burla.
Pero hijo, ¿Si tú no
vienes a mí, si me niegas la más mínima participación en tu mundo?, ¿cómo voy a
hacer entonces para no morir poco a poco de angustia pensando en los peligros
que pueden acecharte?.
¡Bien, te propongo un
trato!, acércate un poco a mí, ven de vez en cuando, a contarme algo, pásame la
mano por los hombros e invítame a dar una vuelta por la esquina, siéntate junto
a mí, aunque sea unos minutos, en mi viejo sillón.
Yo aprovecharé esos instantes
para darte mis consejos, esos que se me quedan clavados en el corazón si no te
los digo, te prometo no preguntarte más nada, no agobiarte con indicaciones cuando
vayas a salir por la noche o fuera de la ciudad.
Pero regálame esos instantes,
déjame esos instantes, déjame hacerme al menos, la ilusión de que me oyes, de
que, cuando lo necesites, tendrás mis palabras a la mano.
Aunque pienses que no me
escuchas, no importa, yo sé que esas frases se quedarán en ti, como todo lo que
se dice con amor, con mucho amor.
TU PADRE